sábado, 9 de junio de 2012

El Regurgitar del vacío autoimpuesto

Unas cuatro paredes con su abrasadora oscuridad sostenían en el centro de algún espacio una escena particular, yo, yo misma destapando la cabeza de un animal (quizás un cerdo), arrancándole con una cuchara figurines y fideos de miles de colores flúor, sin embargo, en una fracción de segundo el horror por lo que implicaba el hecho me tomaba por completo, y enseguida tornaba la situación a algo mucho más aceptable por mí, pues, yo misma vaciaba mis coloridos sesos con la misma cuchara, como si mi cabeza fuese un frutero sobre alguna mesa, me aliviaba cada vez más lanzando el burdo contenido por sobre mi hombro, con una gran sonrisa y risa y risa que se me entresalía.
Eso, así se hace, tomaba realmente fuerzas al contemplar el limpio recipiente listo. Si he de autoimponerme algo, ha de ser esa fuerza para despotricar contra esa maraña repulsiva con absurdo miedo que marcaba un vacío, falso vacío, resultó ser un montaje pérfido a modo de sustancia execrable.
Nada de ojaláses, es que nada de esperoses ni quizases o asideberiaseres, no hay nada más que yo a lo que asirme. Estos sesos colorinches entre mis dedos y desparramados sobre algún suelo, son los cadáveres de mi propia condena, y el grito feroz  para cualquier ahora y después.
He tomado la irrevocable decisión de solo ser, tal así quiera y, me quiero.



*Esa libertad siempre latente, la de uno mismo sobre uno mismo, que despegue y le trabajo su piso. Tantos años, y solo uno se entrega la condición. No es puro volar, es a veces caer y pararse, pero caer y luego pararse, no pararse al margen, viendo como se deshilacha la vida misma. Trabajo su piso, trabaja su piso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario